Si el lector es diseñador y/o progamador de videojuegos, y
trabaja para una gran empresa, imagina qué cara pondría tu jefe casposo si le
propusieras hacer un título de zombis, supervivencia con técncas parkour y mundo abierto. O
te trata de frikazo a sueldo o te despide dándote con el extintor del pasillo
de la oficina. No hay término medio. Puesto esto es Dying Light. Por suerte, la
compañía Techland, ya tenía cierta experiencia ganada en eso de hacer juegos de
zombis raros con su aceptable Dead Island (2011). En 2011 el mundo financiero
estaba de resaca a consecuencia de una crisis económica. Los trabajadores de
Techland tuvieron, aun así, las agallas de sacar un juego al mercado de supervivencia
en 1º persona contra infectados usando principalmente armas cuerpo a cuerpo
rudimentarias como cuchillos y bates de béisbol en plena época de FPS ¡y funcionó! en parte gracias a fiebre de la
moda zombi que estábamos viviendo esos años. Los diseñadores de Dead Island quisieron ir
un poco más lejos y añadir el parkour como disciplina para huir de los zombis,
trepar edificios, superar obstáculos y luchar contra ellos a mano abierta.
Tenían en mente Dying Light desde hacía un lustro, pero la tecnología de Ps3 y Xbox
360 no daba para tanto y tuvieron que esperarse a la siguiente generación.
En el 2015 se decidieron a sacarlo. Dying Light tuvo una recepción
muy buena, sin duda, pero algo falto de marketing ya que muchos usuarios no
sabían qué era Dying Light realmente, y lo de ir saltando para evitar zombis usando
parkour. Viendo los gameplays, algunos jugadores lo identificaron más como un
juego de deportes más que uno de zombis. En resumen, a la gente le va más lo de usar
escopetas contra los muertos vivientes, no huir como una liebre, pero no podemos negar que
la propuesta es muy original. Además, el motor gráfico de Techland va de muerte. No se
ralentiza nada. Todo corre a las mil maravillas, incluido nuestro personaje que no
hace otra cosa. Si hablamos de la sinopsis, el juego se queda con un suspenso
por plagio. Desgraciadamente Dying Light no aporta nada nuevo, es ese sentido, centrándose en
machacar lo que hemos visto en otras series y películas.
Nos cuenta que en la
ciudad de Harran, una población existente en Turquía aunque no como la pintan
aquí, ha habido un brote vírico que
convierte a los enfermos en pacientes agresivos sedientos de sangre. Lo que
viene siendo un zombi de toda la vida. A diferencia de lo que hemos visto en algunas películas de Romero, donde los personajes pueden jugar al mus al lado de los zombis, aquí los muertos corren, saltan.... El gobierno, al ver que la cosa
se le desmadra, decide cerrar la ciudad de Harran, como medida de contención, declarándola zona de cuarentena convirtiéndose así en una ratonera para los supervivientes. Nadie
puede entrar ni salir, y los que quedan dentro que se busquen la vida. El
gobierno lanza esporádicamente paquetes de ayuda dentro de la zona de
cuarentena para ayudar a los que se han quedado atrapados, y para postureo político. Más lo segundo que lo primero.
Quieren
poner un poco de orden en este desaguisado, así que el Ministerio turco envía
a una fuerza expedicionaria con un coronel como jefe al mando dentro de la zona cero. Este militar es testigo de la muerte de su hermano, según parece. Echa la culpa al gobierno de su desgracia y se subleva
contra los suyos, contra sus jefes. Como pataleta, roba unos documentos
confidenciales de investigación sobre una posible cura del brote. Pretende así coaccionar al gobierno de hacer lo que a él le venga en gana.
Aquí aparece nuestro protagonista, el cual trabaja para el Ministerio y tiene como
misión adentrarse en la zona de cuarentena en paracaídas, infiltrarse como superviviente de esta ciudad desolada y recuperar estos archivos de las manos del coronel corrupto. Para esta
misión chula, el nombre de nuestro protagonista no podía ser otro que Kyle Crane, nombre chulo de por sí. Se observa que no se exprimieron demasiado el coco para dar con él. La misión de Crane es
sencilla pero a nuestro héroe se le empieza a complicar nada más llegar. Descubre que la zona de cuarentena está dividida por varias facciones de supervivientes que se
hacen las zancadillas entre sí.
Rais, el coronel sublevado |
Kyle Crane se infiltra en una de estas
facciones a la que le llega a tener cariño. El coronel que tiene en su poder el
archivo secreto pertenece a otra facción más agresiva y está tronado de la
cabeza. De tanto estar rodeado de zombis el hombre es capaz de absorber sesos
de muertos con una pajita. Un hombre embriagado de poder. No faltan los superviventes que van a lo suyo, no quieren saber nada de nadie, y se dedican a trincar todo lo que pueden de lo que queda en los comercios. Son hostiles. Con tan solo vernos por la calle, vienen hacia nosotros para darnos una paliza sin motivo. Si a esto le sumamos los zombis que campan a sus anchas por la urbe, tenemos un follón considerable en la ciudad de Harran. Rais, el líder de la facción más poderosa, siente especial atracción por Crane, no sabemos si por su
orientación sexual o por su misión militar, llegando
a hacer ambos un pacto de cooperación pero sin derecho a roce. El trato no
tarda en estallar por las cuatro esquinas y Rais secuestra a un médico de la facción de Crane que está apunto de
descubrir una cura al virus zombi que azota a la población. Rais es un aguafiestas que le gusta el
caos en Harran, los zombis y toda la chusma humana bien revuelta en la urbe, sean
de los suyos o no. No quiere cura alguna. El argumento llega a ser lioso por culpa de las misiones secundarias que nos desconcentran de la campaña principal,
pero en resumidas cuentas trata de que Kyle Crane quiere una cura para la población
y Rais no. Así de simple.
La Jugabilidad de Dying Light es bastante absorbente. El
parkour en 1º persona ayuda a lograr ese efecto de inmersión en la aventura. El
motor gráfico se mueve muy bien por lo que no hay dudas de que Techland ha pulido
bien lo aprendido en Dead Island. Nos movemos por casi cualquier rincón dentro
del mapa, del perímetro de la zona, a nuestro albedrío. Tenemos mucha libertad.
Saltamos, trepamos cualquier edificio, antena y nos metemos en casi cualquier
casa usando nuestras habilidades. Seguramente al lector le habrá venido a la mente el juego Mirror's Edge, otro grande del parkour. Es necesario mencionar que ni punto de comparación: Mirror's Edge le da mil saltos a Dying Light en cuanto a jugabilidad parkour, pero recordemos que el juego que nos ocupa es un título de zombis. En ocasiones, las misiones se repiten demasiado, lo
mismo ocurre con algunos escenarios, plagiados entre sí, y los enemigos tampoco es que varíen
demasiado. Se hace demasiado hastioso ir
de recadero de un lado a otro de la ciudad una vez tenemos un cierto nivel de
experiencia. Uno llega a evitar a los NPC para que no se la torren demasiado.
"¡Tú! ve allí y tráeme éso"
El
juego trafica con las side quest (misiones secundarias), pues para potenciar
nuestras armas cuerpo a cuerpo el jugador se ve obligado a pasar por el aro si quiere mejorarlas.
Aunque es suficiente ir con cuchillos, palos y tuberías, en algunas misiones siempre
se agradece tener un instrumento menos rudimentario que nos haga hacernos valer
un poco más contra los zombis. Sin embargo, llegados a cierto punto de experiencia acumulada, nuestro héroe es tan diestro con las armas que fabrica casi cualquier cosa al más puro estilo Macgyver usando cables, clips y aerosoles que se va encontrando; cuchillos con fuego, martillos con daño de electricidad, hasta espadas con..¡veneno! Esto sumado a la destreza, Kyle Crane es capaz de hacer picadillo a cientos de zombis mientras habla por el móvil. Usar armas de fuego contra los infectados es un sacrilegio, nadie hace eso. Las armas de fuego se usan contra los humanos, a decir verdad más peligrosos que los propios zombis. En casi ningún momento nos sentimos especialmente vulnerables en la aventura, como en otros juegos como Outlast, por ejemplo. Únicamente cuando llega la noche es cuando vivimos más tensión.
El juego no es original en su historia pero sí en su manera de plantear su universo. Tiene detalles malos pero tiene otros que lo salvan, como por ejemplo el de tener ciclos día y noche durante la partida. El tiempo transcurre con
normalidad; el tiempo virtual del juego, claro. De hecho, los efectos gráficos de luz son sobresalientes en todo momento y podemos distinguir bien el atardecer, el ocaso, la noche y hasta el amanecer. No hay duda de que se lo han currado. Llega un momento en
que se hace de noche. Cuando llega el momento, el juego cambia radicalmente. Dying
Light se convierte, ahora sí, en juego de supervivencia al más puro estilo Zombi
U. Al caer la noche, la oscuridad nos rodea ya que en toda la ciudad no hay encendida ni una triste vela. Solo las zonas seguras tienen luces pero son lugares contados con una mano. Aparecen otro tipo de
zombis mucho más difíciles: los volátiles. Son unos zombis petados de gimnasio que corren que se las pelan y son capaces de amargarnos una noche. Los
volátiles son resistentes pero se pueden eliminar aunque no es aconsejable enfrentarse. Es mejor tirar de sigilo. Morir es fácil de noche. Como bien dice la premisa de Dying Light: buenas
noches y buena suerte. La experiencia que acumulemos durante la noche,
combatiendo o trepando, es mayor ya que la dificultad se dispara sin nosotros
quererlo y el juego así lo entiende. Pero si morimos la perdemos.
Un volátil, un zombi que solo aparece de noche. Es muy agresivo y difícil de eliminar |
Dying Light es un título que falta de originalidad en el
argumento pero es muy bueno a la hora de jugarlo con técnicas parkour, aventura
en mundo abierto y con una curva de
aprendizaje bien definida. Quizá, la mera presencia de zombis por las calles es un adorno cuando el jugador está muy avanzado. Para recompensar esta falta de dificultad, la compañía ha ido lanzando expansiones, algunas gratuitas, para que los jugadores puedan ir rizando el rizo. Hay que agradecerle a los diseñadores el cariño puesto en el título y su empeño en memorar grandes clásicos de las películas de terror. La propia música del juego está inspirada en films de los años 80 y 90. Dying Light consiguió vender más de 5 millones de copias y está considerado uno de los grandes juegos de zombi de la generación Ps4 y Xbox One.